Una Crónica de Fiesta

Quito se ha convertido en la ciudad donde los vivos lloran la alegría de los muertos que han abandonado éste circo de sangre y barbarie, con Jesús del gran poder y la virgen del panecillo como porta estandarte de la luz que un día surgió como la rebelión y que ahora solo es más que un simbolismo de libertad embriagada por la soledad en que desierta se halla por el ajetreo que colapsa las vías de la modernidad estancada por la melancolía de antaño reflejado en el centro de la ciudad en su estatua de la libertad cagada por las aves que abiertamente expresan su desprecio de par en par, al no poder volar en paz por el olor a fiesta que se genera en estas épocas. 
¡Que viva Quito!, ¡que beba Quito!, ¡que vomite Quito! Pero que lo haga lejos. Que borre ese recuero de la mierda con olor a un Quito fundado a sangre de elites, de orgullo blanco-mestizo, de resentimiento indio y de esclavismo negro que solo en textos escondidos, no reconocidos son conocidos. Que lindas fiestas se fraguan en el alba de la cristiandad enraizada en el fetichismo del amor mercantilizado con olor a pavo borracho que vomita junto con los chullas, que gritan a voz de gallo ronco ¡Que viva Quito!
La fiesta se aleja de la tradición, o mejor dicho, se ha creado una nueva tradición a filo de plaza llena de sangre, borracho y barbarie; olores confundidos se mezclan en medio del ambiente lleno de toda la fiesta, tomando a punta de bota española, sangría como un carnaval de sangre y vendaval.

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